martes, 26 de septiembre de 2017

TEMOR...

Tengo un libro en el velador, pero no he comenzado a leerlo. No sé, no sé por qué yace ahí, porque no lo hojeo. Creo que le tengo miedo... Sí, es posible temerle a los textos, o más bien a los autores, eso creo... Siempre lo he creído.

Una vez le dije eso a mi psicólogo, que le temía a algunos autores. Siempre hablamos de literatura. El anterior sólo me cuestionaba y me hablaba con ironías, cuando se daba cuenta me pedía disculpas pero al poco tiempo volvían las ironías, pero recargadas. Al final me cambié y llegué a esa nueva consulta.

Alejandra Pizarnik. A ella le temo pese a que es una de mis poetas favoritas. Le temo porque, guardando las proporciones, algunos aspectos de mi vida se parecen mucho a los de ella. Le temo porque sus poemas son tan decidores para mí, como decía un amigo que ahora vive en gringolandia: "Me gritan la vida". 

El libro sigue ahí esperando ser leído, lo saqué del librero porque hace unos dos días terminé una biografía muy buena de Violeta Parra (no la leí porque este año se cumpliera un siglo de su nacimiento, sino porque el destino lo puso frente a mí en la sección libros del supermercado que yo llamo, la casa del elefante feliz) y al ocurrir eso me viene una ansiedad intensa por leer más, entonces dije... "Ya... Debo atreverme con los Diarios de Pizarnik" y ahí está, sobre el velador esperando y quizás suceda lo de la última vez, que lo devuelva al librero y me dé a la tarea de pescar otro. 

¿A qué le temo? ¿Por qué le temo? Yo he escrito blogs desde el 2005, tengo tres, uno del que no quiero saber nada, por eso lo enterré en el cybermundo, otro que escribía en la universidad y este, que retomo ahora como una forma de resarcirme de algo que no conozco. 

Cuando era más niña siempre escribí diarios, pero los desaparecí cuando mis padres violentaron mi privacidad y leyeron todo, mi vida quedó al desnudo y eso no me gustó ni a mí ni a ellos. En estos blogs no cuento mucho, no digo nombres, quizás alguno se me ha pasado, pero más allá de eso nada. Podríamos decir que estos son mis diarios ahora, pero no son como los de mi niñez. Quizás le temo a eso, a darme cuenta... A notar... A abrir los ojos... A admitir que soy una cobarde, que nunca he salido de esta ciudad, que me he dejado consumir por la mente y no he viajado, que no he estado sola. Mi espíritu se perfilaba intenso en la adolescencia... Algún día contaré esa historia.

Leeré... Son cerca de las 22:30, siempre comienzo a leer como a esa hora o un poco más tarde. Si he leído sus libros de poesía debo darle una oportunidad a su diario, venciendo el temor.

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