lunes, 12 de febrero de 2018

LOS DIARIOS FÍSICOS...

Todavía recuerdo ese pasaje de un libro sobre Henry Miller que leí hace dos años en la gran capital. Ese pasaje hablaba sobre Anaís Nín y su diario en la época en que ambos frecuentaban el círculo literario de París, también era el espacio temporal en el cual compartían las sábanas. Miller decía que siempre criticó el hecho de que ella plasmara prácticamente toda, toda su vida en esos cuadernos y también hablaba del "apodo" que, tanto él como los otros intelectuales que les conocían, le tenían a esta bitácora. Le decían: "la ballena".

No pude evitar sonreír levemente al leer eso. Me parece que he hablado aquí acerca del diario físico que llevaba hasta que cumplí 24 años, lo dejé cuando mi madre leyó todo e hizo desaparecer uno de ellos, el más significativo, el que hablaba de una etapa de mi vida que ella aborrece. Logré conservar sólo dos de los tres tomos que tenía, a uno de ellos le llamaban: "la enciclopedia", porque era gigantesco (estamos hablando de un libro de actas de más de 300 páginas). Quienes le llamaban así no eran colegas escritores ni mucho menos, eran jovencitos y jovencitas que participaban de los campamentos católicos a los cuales yo iba pensando en muchas cosas... Y ninguna se cumplió como quería.

Nín tenía su ballena y yo, guardando las proporciones, tengo mi enciclopedia. 

Hace un mes comencé a escribir en diarios físicos nuevamente. Siento que puedo expresarme con mucho más libertad que acá y eso que en este lugar me siento con mucha, con demasiada libertad. Todo en ese espacio radica en poder desarrollar mucho más profundamente todo lo que tiene que ver con el trastorno bipolar que padezco, lo cual trato abiertamente acá pero es en ese diario en donde escribo cosas que jamás le diría a nadie, ni siquiera al psicólogo que me trata. A él le cuento muchas cosas, casi todo en realidad. Mi vida está en sus manos a veces.

A fines de enero tuve una catarsis muy grande escribiendo ahí, la cual me dejó muy mal por varios días. Redacté siete hojas como una poseída, en ellas di cuenta de situaciones que, sabía, había vivido, pero que no deseaba recordar porque en parte decidí realizarlas para borrar de cuajo muchas cosas y, como suele ocurrir en esos casos, no lo conseguí, mas las huellas de esos acontecimientos quedaron ahí, reverberando con destellos oscuros en mi cerebro, siempre iluminado de manera densa y blanquecina. No me gustó escribir de ellas porque las asociaba a una figura constante en mi vida, desde que tenía 16 años, las asociaba al horror del que hablé en uno de los trabajos que me pidieron para la universidad en diciembre y publiqué aquí. El horror que no es tal. Ese aspecto. 

Mi enciclopedia me sirve para monitorear mis estados de crisis maníaca. Por estos días cruzo por una de esas, lo sé porque no puedo parar de escribir, lo hago hasta tres veces diarias y en cada intervención trato un tema netamente distinto. A veces sin querer le hablo directamente, luego caigo en el caso de que no vale la pena, porque él nunca leerá nada de eso y yo no se lo permitiría tampoco.

Escribo diarios físicos nuevamente porque sé que a mi madre ya no le interesa escarbar más en mi vida, ya supo suficiente con lo que leyó la vez anterior, con eso quedará conforme hasta el día de su muerte. Yo no sé si algún día quedaré conforme con lo que ahí doy a conocer, no sé. La vida es demasiado absurda, pero no sirve de mucho verla así porque inclusive eso es insólito y nada más queda pensar en todo de la manera más grave posible, por eso se amargan algunas personas. Yo, por ejemplo.

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